Persépolis cuenta la historia de una niña que crece en el medio de la Revolución Islámica, aprende a jugar y a vivir al mismo tiempo que descubre conceptos como represión, régimen político, exilio, machismo, guerra, discriminación étnica, etc. A medida que va creciendo comienza a desenredar su propia identidad de toda la maraña sociopolítica en la que se encuentra sumergida su familia.
Realidad cruda si las hay en la historia de la Humanidad, pero al ser contada a traves de la animación en escala de grises (de hecho, está bastada en el cómic homónimo, de Marjane Satrapi), combinado con un guión realmente ameno y un director francés, se hace realmente llevadera y en ningún momento se distorcionan los mensajes por dramatismo o alguno de esos ingredientes que suelen aparecer en películas con temáticas tan fuertes.
Vale destacar también la música, ya que si bien es funcional y no sobresale, por momentos descubrí melodías muy bellas y adecuadas a la escena, por lo que me quedó una buena impresión también en ese aspecto.
Es una película que vale la pena tanto por el contenido histórico y cultural así como por el perfil piscoanalítico que nos presenta intrínseco en los personajes (principalmente en la protagonista).
Altamente recomendable también a aquellos que no sientan demasiado interés por temas históricos o dramas pero sí sepan apreciar una buena animación.
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En sí la película es una comedia que toca muchas cosas que como argentinos nos pueden llegar (en el sentido de que la ruralidad serbia es más bien berreta y poco romántica; la gente hace más bien poco por esconder la hilacha). Para balancear su lado cómico, la película entera en sí es una suerte de alegoría ante la segunda guerra mundial, en particular los deseos de cada uno de los pasajeros. Y sobre todo, el canto de los gitanos.
